Biden y el reconocimiento al Genocidio Armenio: ¿Empatía o estrategia?

Por Ariadna Salgado Martínez

Tres meses pasaron desde su investidura como presidente de los Estados Unidos de América, para que Joe Biden pudiera ponerse al teléfono con su contraparte de Turquía, Recep Tayyip Erdoğan. Para un país que algún tiempo fue considerado como el aliado más importante de EE.UU. en Oriente Medio y el Mediterráneo, este distanciamiento podría solo representar problemas y de esta indiferencia no se podía esperar más que tensión entre las relaciones Washington- Ankara. Sin embargo, el golpe que el presidente Erdoğan no veía venir llegó a reafirmar que la relación no solo se encontraba deteriorada desde hace tiempo, sino que en definitiva ya no es tan relevante ni geoestratégica para el nuevo gobierno estadounidense como lo llegó a ser en el pasado. Tres meses le tomó a Biden llamar a Erdoğan, y cuando por fin lo hizo, le comunicó sus intenciones de reconocer formalmente el Genocidio Armenio con ese término que durante décadas el gobierno estadounidense había evadido. 

Uno de los capítulos más trágicos que ocurrieron en el marco de la Primera Guerra Mundial, fue el desplazamiento y campaña de exterminación de la minoría armenia a manos del ya en decadencia Imperio Otomano. Entre 1915 y 1917, la población armenia se redujo en casi 1.5 millones y el hecho, si bien es reconocido por diversos países como genocidio, por el bien de su relación con Turquía, los Estados Unidos se habían abstenido y mantenido al margen de hacer declaraciones al respecto.

La pronunciación de Biden y su gobierno respecto a su determinación por romper la tradición y finalmente reconocer este evento como genocidio coincidió con la conmemoración del 106º aniversario del inicio de la persecución de la población armenia en territorio Otomano, el 24 de abril del presente año. La declaración no ha sido bien recibida por el gobierno de Turquía, quien culpa a Estados Unidos de lastimar sus relaciones innecesariamente.

El Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional (CPI) define en el artículo 6º el término genocidio como “cualquiera de los siguientes actos cometidos con la intención de destruir, parcial o totalmente, un grupo étnico, racial o religioso, tales como; a) asesinato de los miembros del grupo; b) causar daño físico o mental en los miembros del grupo; c) influir deliberadamente en las condiciones de vida del grupo con la finalidad de provocar su destrucción parcial o total; d) imposición de medidas que pretendan controlar la taza de natalidad en el grupo; e) traslado forzoso de infantes de un grupo a otro” (CPI, 1998).

Erdoğan y su ministro de Asuntos Exteriores, Mevlüt Çavuşoğlu, han declarado en los últimos días que reconocer como genocidio los eventos del siglo pasado, cuando ni siquiera había sido acuñado el término, lo único que hace es lastimar la relación entre dos naciones aliadas. De igual manera, Çavuşoğlu ha declarado a través de Twitter que “Las palabras no pueden cambiar ni reescribir la historia”, y ha sostenido que no tienen que recibir lecciones sobre su propia historia por parte de nadie y describe esta medida como oportunismo político basado en el populismo. 

A lo largo de su campaña, Biden al igual que muchos presidentes que ocuparon el despacho oval antes que él, prometió este reconocimiento. La diferencia es que, a pesar de las promesas, los presidentes previos optaron por priorizar la relación bilateral con Turquía antes de tomar un paso que pudiera resultar peligroso, no solo para la relación con Ankara, sino por las repercusiones que un desacuerdo como este podría tener en el curso y desarrollo de otros conflictos que de alguna manera involucran a ambos actores, como es el caso del persistente conflicto en Siria.

¿Será realmente un acto desinteresado en pro de la protección de los derechos humanos para evitar que atrocidades como esta continúen repitiéndose? ¿O será que Estados Unidos ha reconocido una debilidad en Turquía y se ha determinado a utilizarlo en su favor?

La presión para que este reconocimiento finalmente fuera concedido, no vino ni de la Casa Blanca ni el Pentágono como pudiera imaginarse, sino directamente del Congreso, donde en 2019 se aprobó una resolución que permitiría reconocer el caso armenio como genocidio. No obstante, el entonces presidente, Donald Trump, ejerció presión para que se votara en contra y eventualmente se le restara impacto. 

El presidente Biden en su declaración oficial menciona que esta medida podrá no cambiar los acontecimientos del pasado, pero es necesario para que eventos así no vuelvan a ocurrir en el futuro. A la vez que lamenta las pérdidas del pasado, afirma que se debe tener presente el mundo que queremos construir para las generaciones futuras, sin las manchas de la intolerancia cotidiana para que los derechos humanos puedan ser respetados y la gente pueda alcanzar la dignidad y seguridad en sus vidas, haciendo un llamado para encontrar la reconciliación entre los pueblos del mundo.

Si bien esta acción es meramente simbólica, ya que no tiene repercusión legal alguna en contra de Turquía, genera controversia no solo por el desgaste en la relación entre ambos países, sino que también representa problemas para la gestión de Erdoğan, quien ha sido objeto de críticas por su autoritarismo y la manera en la que ha puesto en juego la democracia.

El presidente de la República de Turquía se encuentra en una encrucijada y deberá actuar con sensatez, ya que cualquier decisión que tome ahora será determinante para su permanencia en el poder y papel que jugará el país que encabeza dentro del escenario geopolítico global.

Su cercanía con la Federación Rusa parece ser otro de los motivos que orillaron a EE.UU. a tomar dicha decisión en este momento preciso, ya que desde que Turquía adquirió el sistema de misiles de defensa S-400 facilitado por Rusia, se hizo acreedor a sanciones por parte de Estados Unidos. Desde entonces, los intentos por resarcir los daños y retomar una relación más estrecha, han sido complicados. 

A pesar de las hostilidades, Biden y Erdoğan han acordado durante su llamada del viernes 23 de abril, reunirse en el marco de la cumbre de la Organización del Atlántico Norte (OTAN), organismo del cual ambos son miembros, que se llevará a cabo durante el mes de junio en Bruselas, Bélgica. Se espera que, para entonces ambos mandatarios aprovechen la oportunidad y se puedan llegar a acuerdos que mejoren la relación entre ambos países.

“Ahora necesitamos dejar a un lado nuestros desacuerdos y mirar hacia los pasos que podemos tomar a partir de ahora, de otra manera no tendremos más remedio que hacer lo que sea necesario según el nivel en el que nuestras relaciones decaigan el 24 de abril” declaró Erdoğan.

Tres meses de la presidencia de Biden transcurrieron sin que Turquía ocupara un lugar relevante en su agenda de política exterior. Se esperaba que aquella relación deteriorada resurgiera como prioridad, y con tan solo una llamada y una declaración, Turquía en efecto volvió a cobrar importancia en los asuntos de Washington, solo que no de la forma deseada. 

Existen aún muchas interrogantes respecto a las verdaderas intenciones que orillaron a Estados Unidos a sentar precedente al reconocer el Genocidio Armenio y remarcar las consecuencias de este evento que Armenia y Turquía comparten aún en la actualidad. 

¿Será realmente un acto desinteresado en pro de la protección de los derechos humanos para evitar que atrocidades como esta continúen repitiéndose? ¿O será que Estados Unidos ha reconocido una debilidad en Turquía y se ha determinado a utilizarlo en su favor?

Ariadna Salgado Martínez es estudiante de la Licenciatura en Relaciones Internacionales en la Universidad La Salle México. Contacto: ariadnasalgado99@hotmail.com


Las opiniones expresadas en los artículos son exclusiva responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente las de Síntesis Mundial.

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